viernes, 24 de octubre de 2014

Siempre hay una primera vez, en esto también.


Luis Miguel merece una entrada exclusiva. Bueno, exclusiva es lo que vendería yo si hubiera logrado una selfie con él. Esa ya sería otra historia.

Esto empezó en México hace casi diez años. Después de haber tenido a mi primer hijo, sin la anestesia epidural correspondiente. Allí se compran "paquetes de parto", la anestesia está incluida pero no los gastos del anestesista. Pablo me tentó con lo siguiente: los 500 euros que hubiera usado para pagar al profesional iba a gastárselos en mí durante las rebajas de El Corte Inglés. Además, prometió llevarme al concierto de Luis Miguel.

Claro, sin familia, con estrenados amigos y cumpliendo apenas un año de matrimonio, dejar a un lactante para ir a un concierto en una de las ciudades más colapsadas del mundo con casi nueve millones de habitantes de los cuales cerca de dos millones circulan en auto, pueden imaginar el tiempo del que se debe disponer para ir a un concierto. Sí, calculen, al menos son seis horas. Yo no las tenía. 

Había hecho un curso de preparación al parto con una comadrona super experimentada. Pablo la llamaba Periné (el de los apodos será sin duda entrada para otro blog) pero en realidad era María Luisa. Ella fue la responsable de que fuera tan buena primeriza, me dijo que podría parirlo sola y pude, me dijo que lo mejor era darle de mamar y le di todo un año, me dijo que sabiendo cada uno de los pasos que iban a ocurrir no iba a tener tanto miedo y no lo tuve. También me dijo que tenía que aprender a delegar, eso me costó más. Por eso me quedé sin ir a ver a Luis Miguel en el Auditorio Nacional de México. 

Diez años son muchos y la verdad es que me hacía ilusión. No soy su fan in extremis pero digamos que como plan de pareja me parecía una buena idea. "Amor, yo me encargo", me dijo él. Esto era un regalo doble, él sabe bien porqué. Cambió puntos de la tarjeta por un par de entradas, cuando la fue a buscar sólo le dieron una y las únicas que quedaban libres eran en otro sector. Esto es lo que me contó por teléfono hace un par de semanas mientras yo estaba en Roma, en un viaje de trabajo. "Me está tomando el pelo", pensé. Cuando regresé y hablamos del concierto, repitió el recorrido de la "no entrada". Yo, sinceramente, no lo podía creer.

La única vez que fui a un espectáculo sola fue en París, el verano que hice de au pair. Angela y Olivier (los padres de los niños que cuidaba) insistieron en que tenía que salir, que ir al teatro sola no tenía nada de malo, que estaba en París. Siempre les agradecí ese impulso. Hasta hoy me jactaba de haber ido sola al teatro, "al teatro en París" (aunque estuviera más pendiente de concentrarme para reír cuando veía las caras de los otros a punto de hacerlo y no dejar en evidencia que no entendía ni la mitad de lo que decían). Tenía 18 años.

Decidí que era una experiencia digna de volver a vivir. No podía vender la entrada, me daba vergüenza. ¡Ni siquiera la pagué! "No debe ser tan ridículo...", le repetía sin cesar a mi otro yo, ese que impulsa los mecanismos mentales que me ayudan a funcionar. Es así, los objetivos en la vida los logro gracias a "los mecanismos mentales" que establezco para dar pasos adelante. Como te ves te ven. ¡No puedo verme ridícula porque lo van a ver!

Y fui. Me tomé el 37 en la Av. las Heras. ¿Este te deja en GEBA? -me preguntó- (¡Bien! Al final esto será más "normal" de lo que yo imaginaba). Apenas bajé del colectivo... miré a un lado y a otro, como haciendo que buscaba a alguien. Poco a poco la vergüenza la iba perdiendo. La perdí del todo cuando empecé a reírme sola al llegar a mi asiento. Adivina adivinanza... ¿Quién estaba a mi lado? El relato de novela sería que a mi lado estaba Pablo, con una flor, que hubiera dejado a los niños, corrido en taxi y me hubiese sorprendido con su presencia pero... y aquí viene el motivo por el cual no pude parar de reír: ¡¡¡¡la silla de al lado estaba vacía!!!! Era la única en la platea sin ocupar.

Por un momento pensé que todos aquellos que lo "cargaron" y que lo llamaban Maestro por negarse a venir, tenían razón. Pero Pablo no es así, intenté no perder detalle del concierto y, cuando llegué a casa, se lo conté. 

No había teloneros, Luis Miguel canta bien pero le falta el carisma que tienen los grandes, no ovaciona a sus músicos pero logra que el tren reduzca su velocidad hasta casi parar. La gente quería escucharlo, las fans querían verlo y las más osadas lo querían tocar. 

Tarareé canciones, bailé, disfruté y me jacté. "Sumaste una experiencia más, Arantxa", es verdad, Luismi fue, en esta ocasión, mi primera vez.

2 comentarios:

  1. Jajaja que pilas Aran! PABLO capoooooooo...que programa tenias?

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    1. Te das cuenta?! Si encuentro la entrada que falta en un cajón la enmarco. ;)

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