domingo, 15 de marzo de 2015

Fue mucho más que haber corrido 10k.

La sensación es casi indescriptible con solo palabras, tampoco estoy segura de que una foto (al menos las que yo hago) pueda plasmar lo que sentí cuando llegué al km número 10.

Todo empezó con una columna de UNICEF en "Vuelo de Regreso", el programa de radio de Román Lejtman donde nos explicaban que todos los fondos que se recaudan en la carrera que organizan serán destinados a fortalecer los proyectos que UNICEF lleva adelante para que todos los adolescentes puedan terminar la secundaria.

Nos contaban que pese a que estudiar es uno de los derechos que garantiza la Convención Internacional de los Derechos del Niño, en Argentina, 1 de cada 8 estudiantes abandona la escuela cuando se inscribe en el secundario. Los varones repiten y abandonan sus estudios más que las mujeres, en tanto los adolescentes que viven en zonas rurales tienen más dificultades para acceder y terminar la secundaria en comparación con aquellos que viven en una ciudad. 

Me pareció un proyecto de lo más noble. Estoy comprometida con la educación de este país así como convencida de que es el único modo en el que este y otros paises en vias de desarrollo lograrán terminar con su pobreza, con la inseguridad y con tantos otros problemas patentes en la sociedad. 

Era noviembre.

Arranqué con un pequeño entrenamiento, nada profesional, solo guiada por gente que ya lo había hecho (particularmente mi padre). Durante algunos meses tuve que vencer la pereza, el cansancio, el calor o simplemente el "no tener ganas" de ir. Poco a poco fui formando (y formateando) la voluntad. Conforme se iba a acercando el día de la carrera mis nervios iban en aumento. Hasta que llegaron las 6am del domingo 15 de marzo y me puse en pie. 

Llegando al punto de encuentro ya se respiraba el ambiente. Miraba alrededor y veía físicos distintos. No importa si eres bajo, alto, gordito, flaco, si estás fuerte o si por el contrario no lo estás. Importa que tengas ganas, que controles tu mente y pienses que eres capaz de llegar. 

La adrenalina se respira en el lugar de salida, una carretera colmada por los casi diez mil participantes. 

El reloj marcaba las 8.30 am Todos querían  salir, aplausos, vítores... y a las 8.40 "pum" pistoletazo de salida (imaginario claro), la marea de gente se empezó a mover y mi concentración a activarse completamente. 

En el km número 2,5 los primeros corredores pegaban la vuelta, aplausos para ellos, que eran los primeros en cambiar el sentido del circuito. Los veía de frente. Ellos si son profesionales, al menos, me quedaba claro que son veloces. 

Ya en los bosques de Palermo, poco antes del km 5 empezaba a sorprenderme que mis piernas no quisieran parar. Ahí fijé mi segundo objetivo de la carrera. No quería solo llegar, quería hacerlo sin parar. Uno piensa tantas cosas cuando corre. Motivos que te empujan a participar, gente que no conoces que te anima con su fuerza y su paso a no parar, a seguir hasta el final. 

Llegué al último km cansada pero contenta porque sentía que mi corazón latía con fuerza, a punto estuve de emocionarme pero eso impedía que el oxígeno circulara por mi cuerpo como debía ser así que me exigí dos minutos más de concentración... "pisé" el acelerador y... llegué. 

Fueron más de 10 km. En mi cabeza no solo era la distancia recorrida. Entendí lo que significa el running para muchos. Descubrí que lo que importa es haber superado el reto que se pone uno mismo porque con ello vencemos nuestros miedos y le damos margen a nuestras limitaciones, marcamos nuevos retos y ponemos nuevas metas a alcanzar. 

Gracias por la experiencia UNICEF, gracias oyentes por haberme comprometido, gracias Ciudad de Buenos Aires por darle espacio a estas iniciativas y haber conseguido tanto. 


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